Las pandemias...

Mas allá y más acá de los durísimos efectos que, en el terreno vincular, generó el aislamiento preventivo a nivel mundial, he despejado algunas conclusiones como profesional de la salud mental que es importante tener en cuenta a la hora de situar parte del caudal de sufrimiento humano que genera la inevitable ansiedad ante el des-encuentro amoroso.

La era de la hiperconectividad tecnológica, que replica los ideales prevalentes de una cultura occidental orientada a resalta el valor de lo fácil, inmediato, desechable, permutable; al acceso al menor costo subjetivo y con la pretensión de inmunidad máxima al sufrimiento como riesgo, nos sitúa ante una enloquecedora paradoja de la cual, la salida se torna cada vez más difícil.

Desconectados a través de la hiperconexión, nos encontramos con el desafío de poder seguir amando y siendo amados allí donde la imperativo es la estabilidad de lo inestable, de lo efímero

De lo que solo ¿hace contacto?...en la superficie para luego desaparecer con tortuosos y enigmáticos silencios que nos dejan devanados en eternos interrogantes "¿Qué hice mal...? ¿Qué dije de más o ...de menos?"

Y es que se pretendería subvertir la naturaleza misma del afecto, del sentimiento, que es la de ser algo que afecta, que se siente, o sea que implica una conexión si se quiere algo más profunda que la que implican los otros tomados como objetos de consumo.

Desde nuestra llegada al mundo y antes, los seres humanos necesitamos el afecto del otro en la escena de nuestra vida para que esta sea plenamente tal. Y como especie sostengo que es una necesidad invariante que trasciende toda época y cultura.

De diferentes maneras ello sucede

• En los vínculos de amistad
• En los vínculos familiares
• En los vínculos sexo afectivos

El lugar del amor que localiza un compañero de pareja, más allá de los formatos que cada quien esté dispuesto a asumir, es específico por haber surgido como posibilidad de reunir algo del orden de la sexualidad con la ternura en la vida adulta (lo cual no sucedía en todo tiempo y lugar de nuestra historia).

Localizar el amor implica estabilizar. Quedarse ahí, sostener el encuentro en su inevitable incompletud. Con sus dones y limitaciones. Soportar descubrirlo sin huir.

Me pregunto qué sucederá, cual será el devenir de una cultura que, ante el fracaso de los modelos y la caída de los mandatos tradicionales, pareciera habar caído en un repudio generalizado de "la pareja".

Refugio en el exceso de otros vínculos afectivos, hipertrofia de amistades, y lazos entre padres e hijos que se eternizan en pendientes que niegan el efecto del paso del tiempo, de crecimiento y envejecimiento, asistimos a una gran cantidad de adultos que habitan un lugar intermedio entre la soledad absoluta, y una disociación decidida entre sexualidades múltiples y/o ocasionales, y un afecto que queda guardado, pendiente, o solo dirigido hacia quienes en la fantasía (reserva ecológica, así lo pensaba Freud) no les irían a romper el corazón.

En esta nota quiero proponer una reflexión seria sobre la necesidad de recuperar cierta sabiduría amatoria a través de la cual podamos frenar el empuje silencioso de los arriba citados ideales, que se desliza desde otras esferas de la vida para soplarnos al oído "sería mejor no amar más para no arriesgar a sufrir", "sería deseable no esperar nada más del otro", que no es legítimo esperar alguna respuesta que al menos, no nos robe la dignidad de semejantes humanos. Que si no nos podemos quedar en algún lado cuando huele a nido, nos estamos quitando el disfrute (hasta donde llegue) de una de las mayores plenitudes, en un mundo cada vez más hostil y difícil de habitar.

Lic. María Celeste Darré MP 52101

Referencias Bibliográficas:

Zukerfeld R. y Zukerfeld R. "Procesos Terciarios. De la Vulnerabilidad a la Resiliencia" Cap 9 "Psicoanálisis del Siglo XXI: el Mito de Aquiles. Sobre Ideales culturales y vulnerabilidad."

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