Psicoanálisis y Antifilosofía

Una de las materias propuestas por Lacan para la formación del analista es la antifilosofía. Abordamos es asunto a partir de nociones de Badiou, Cassin y Lacan.

29 JUL 2020 · Lectura: min.
Psicoanálisis y Antifilosofía

En un diálogo celebrado en la Universidad de California en 2010 (accesible en Youtube), Alain Badiou y Slavoj Žižek discuten en torno a la antifilosofía de Lacan. Nos centraremos aquí en la exposición del filósofo francés.

Badiou define la antifilosofía como un sistema de pensamiento –o, quizás mejor, un pensamiento a secas–, que opone la singularidad de un acto a la categoría filosófica de la verdad. Se trata de un pensamiento que vive en la contradicción entre el discurso filosófico y el acto creativo de la vida –un acto personal– en contra de lo universal (en tanto abstracción). Ubica entonces, en la historia de la filosofía, una serie de tres pares pensadores: Pascal contra Descartes, Rousseau contra Voltaire y Kierkegaard contra Hegel. Y propone la consideración de tres antifilósofos modernos: Nietzsche, Wittgenstein y, quizás (aquí habría dudas), Lacan.

La antifilosofía se ubicaría entonces como un acto de naturaleza violentamente subjetiva que destruiría la tradición filosófica que encierra a la vida en la noción de verdad. Para Badiou se trata de la oposición de un polo real y un polo de retórica –un real que no coincide exactamente con el de Lacan, creemos–. Se oponen aquí incertidumbre y verdad. Lo real, consiste, según Badiou, en la aparición/desaparición de un sujeto. Y esta podría ser la victoria de lo real psicoanalítico.

En otro lugar, una mesa redonda en la que dialoga con Cassin y Roudinesco en torno al tema 'Lacan: antifilósofo, filósofo y psicoanalista' (también accesible en Youtube –aunque sin subtitulado–), Badiou plantea que Lacan se encontraría en una posición (topológicamente) interior/exterior (a la vez) respecto de la filosofía. Interior, por la cantidad de referencias a la filosofía que orientan su pensamiento (muy distinto sería el caso de Freud). Entre muchísimos ejemplos, tenemos la serie de reinterpretaciones del cogito cartesiano. Un horizonte filosófico es constitutivo del trayecto de Lacan. Pero, en otros momentos (o a la vez), Lacan sospecha de la filosofía y hasta la 'maltrata'. Acuñando el neologismo 'hontologie', por ejemplo ('honte': vergüenza).

Y aquí Cassin nos aclara que si tituló su libro Jacques el sofista, esto no significa que considere a Lacan, llegado el caso, solamente como un sofista –aunque con otro estatuto y en otra época–, sino que en este texto se aborda principalmente uno de los hilos conductores del trayecto lacaniano, siendo los otros dos el de la filosofía y el psicoanálisis. Lo realmente potente es pensar las relaciones entre estos tres hilos constructores –quizás como alguna forma de anudamiento (borromea o no), agregaríamos–. Pero hay algo que no por obvio se puede dejar de señalar y destacar aquí: Lacan es un psicoanalista –no es ni un filósofo ni un antifilósofo, aunque haya construido su edificio teórico con elementos de estas otras líneas de pensamiento (entre otras tantas, claro está)–.

Sofística y psicoanálisis se reúnen en un mismo régimen de discurso, sostiene Cassin. En ambas disciplinas se trata de que el lenguaje 'hace', de la eficacia del lenguaje –como performance (en el sentido de lo performativo)–. Si los filósofos son quienes dicen lo que 'es' –se ocupan de la cuestión del 'ser'–, los sofistas y los psicoanalistas 'hacen ser', fabrican, 'performan' cosas con, o a partir de, un uso particular de la palabra. De aquí la posibilidad de una trasformación, de un pasaje de un estado a otro, y también entonces, de una curación. Performar es hacer algo diciendo (lo); quizás transformar al otro (¿y al Otro?), hablando. Performance y homonimia son las dos características del discurso sofístico/psicoanalítico. Homonimia significa decir diferentes cosas con los mismos significantes, o hacer uso de los equívocos de la escritura –'Les non-dupes errent'/'Les noms du père', podría ser un buen ejemplo–; y esto sería sofística, aquello contra lo que combatía Aristóteles.

Remontando la historia del pensamiento encontramos en Nietzsche, dice Badiou, la relación paradigmática entre el acto y la destitución de la verdad. La afirmación dionisíaca consiste en la abolición del mundo como verdad. Se trata de un compromiso de la propia existencia contra las contradicciones de la filosofía. Un acto opone un polo real al discurso filosófico. Y su victoria consiste en la incertidumbre, contra el polo muerto de la retórica filosófica. Aparece/desaparece un sujeto en lo real (o 'de' lo real). La victoria del psicoanálisis sería, para Badiou, la victoria de lo real –para Nietzsche y Wittgenstein la victoria sería la destitución de la verdad–. El propósito es desacreditar la verdad, no rechazarla. La antifilosofía no es una crítica, es un a terapéutica, una cura contra la enfermedad filosófica. Wittgenstein se proponía la eliminación del sinsentido metafísico; y dado que la verdad está ligada al sinsentido, es peligrosa.

Lacan no desconfía de la categoría de verdad, dice Badiou; más bien intenta refundarla. Y en esta propuesta lacaniana encontramos tanto fundamentos filosóficos como la necesidad de atravesamiento y salida de la categoría filosófica de 'verdad'. La verdad produce al propio sujeto, pero no desde la vía del conocimiento: la verdad es inconsciente, señala Badiou. La posición paradójica del psicoanálisis consiste en sostener que no hay saber de la verdad, pero sí hay saber referente a esa falta de saber. Es la gran paradoja del inconsciente, que puede definirse, desde Freud, como un saber no sabido.

Volvamos a la noción de acto analítico. Se trata de la experiencia del sujeto de su propio real, dice Badiou. No hay conocimiento abstracto del acto; el acto se revela en un corte, en el lenguaje y en el mundo ordinario –representación imaginaria–. El acto, en tanto corte, es, en alguna medida, una desconexión respecto de los órdenes simbólico e imaginario. La esencia del acto consiste en separar lo real de lo simbólico e imaginario. (Badiou habla aquí de un real separado, puro, no compatible quizás con lo real en Lacan.) Hay un enfrentamiento directo en el acto, sin mediación. Lo real del sujeto aparece como una discontinuidad. ¿Hay algún saber posible sobre este punto de real; o se trata de una experiencia mística –y entonces, sin saber (o conocimiento), al menos transmisible?–. (Aclaración: hay cierta confusión en la traducción de esta conferencia, dictada en inglés, respecto del término 'konwledge').

Para Lacan no puede existir saber de lo real fuera de las reglas de la formalización. El uso estricto de letras –eso es la formalización– reproduce la operación de lo real, y su separación de la representación imaginaria. Sólo con la formalización podemos tocar lo real, ya lo hemos dicho con insistencia. Y es así como podemos tener una transmisión de esa experiencia. Esa es la esencia del matema: una formalización local de la aparición del punto real. Y se asocia al saber, no a la verdad, dice Badiou.

El matema aspira a una transmisión integral del orden del saber de lo real, no de la verdad. La filosofía, en cambio, afirma la existencia de la verdad en lo real. Por el acto, el sujeto enfrenta un real, y esta experiencia puede ser transmitida por el matema –no como una verdad, sino como un saber–. Esto no es una posición filosófica o mística. No es filosofía porque no hay verdad de lo real; y no es mística porque el saber se puede transmitir por el matema –la formalización–.

Badiou hace referencia a una posición de exterioridad/interioridad, seguramente pensable desde una topología moebiana, respecto de Lacan y la filosofía. Se podría, entre otras formas, plantear en estos términos: ¿El punto de partida del pensamiento se encuentra en los juegos significantes de la lengua y sus equívocos, o se trata, por el contrario de establecer la mayor reducción posible de la equivocidad? El matema pretende una transmisión sin resto. Pero, ¿elimina 'la lengua'? Seguro que no.

Respecto de la univocidad/equivocidad del matema hemos no podemos extendernos aquí. Lo cierto es que hay en Lacan una práctica del equívoco y, también, un ideal de transmisión sin resto. La posición de Lacan sería a caballo entre estas dos orientaciones que parecen incompatibles. La verdad, ¿es la reducción del equívoco del sentido, o lo contrario? Entre univocidad/equivocidad se ubicaría la posición de Lacan, entre filosofía y antifilosofía. Y lo productivo es tomar los pares oposicionales y no reducirlos.

Lo real no se puede decir, pero es la causa del decir. No se puede decir, pero se puede tocar con la formalización –en los impases de formalización, más precisamente–. La formalización fracasa en su intento de asir lo real –que es la causa–, pero en ese fracaso mismo habrá algo que permitirá tocar lo real. Lo real es lo imposible, el impase de formalización, insistimos.

Para la filosofía hay orden de la verdad y amor a la verdad. Para Lacan hay amor a la castración. Y la verdad no es tanto el develamiento (revelación de lo real) sino el velo mismo, que oculta la castración. La castración libera de la impotencia y revela la condición radical de la existencia humana. La filosofía disimula esa impotencia y debilidad. La filosofía ama la verdad como un poder –no como una impotencia–. La ilusión de la filosofía reside en decir que el amor a la verdad es el origen de un nuevo poder del saber sobre la existencia humana.

Dice Badiou: "La verdadera tesis antifilosófica de Lacan es que si pretendemos amar a la verdad como poder, si ocultamos el hecho de que el amor a la verdad es el amor a la debilidad, entonces seremos impotentes con respecto al saber; nos veremos expuestos a las pasiones de la ignorancia. El acto psicoanalítico justifica que Lacan diga 'levantémonos en armas contra la filosofía', porque al final de su carrera piensa que la filosofía es la forma sofisticada de la ignorancia."

Leemos en el Seminario 17 (14/6/70):

"El amor de la verdad es el amor de esa debilidad a la que le hemos levantado el velo, es el amor de lo que la verdad esconde y que se llama castración. No debiera tener necesidad de estos recordatorios, en cierto modo tan librescos. Parece que sean los analistas, especialmente ellos, quienes, en virtud de algunas palabras tabú que embrollan su discurso, nunca se dan cuenta de qué es la verdad, a saber, la impotencia. Sobre esta base se edifica todo lo que se refiere a la verdad. La esencia del amor es, sin duda, que hay amor de la debilidad. Como ya dije, el amor es dar lo que no se tiene, o sea, lo que podría reparar esa debilidad original."

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Escrito por

Ricardo Comasco

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