La dirección de la cura en “las adicciones”

Cuando un padeciente llega a la consulta, se dirige a un otro, el analista, al que le supone un saber sobre su padecimiento.

3 SEP 2020 · Lectura: min.
La dirección de la cura en “las adicciones”

Cuando un padeciente llega a la consulta y me gusta llamarlo así porque la palabra "paciente" primero tiene un dejo médico que, en psicoanálisis, en todo caso hay que aclarar de qué se trata y, en segundo lugar, entiendo que la conversión a paciente es producto de una maniobra del analista, no se da de por sí. Decía, cuando un padeciente llega a la consulta, se dirige a un otro, el analista, al que le supone un saber sobre su padecimiento. Esa suposición instala la transferencia en tanto intentará convertirse en alguien amado por ese otro para lograr su gracia, su reconocimiento.

En pos de ese reconocimiento, el padeciente despliega su discurso para lograr la aquiescencia del Otro del Don, del Otro del amor, que representa el analista. Se dirige a éste, para que le de la solución a su malestar, es decir, el analista aparece no solo como el garante que le aportará la solución a su mal sino como el que le ahorrará la angustia; angustia que, en definitiva, ahogó con alcohol o tóxicos todo este tiempo o incluso alguna otra treta: como la ludopatía, por ejemplo.

Del lado del analista, su posición es la del "lugar del muerto", en tanto deja en suspenso todas las pasiones del yo, que entorpezcan la labor analítica. Se suspende no solo todo despliegue imaginario, sino también todo orden de compresión psicológica. El analista no está ahí para comprender sino para escuchar. La escucha analítica, no es la de la comprensión sino la de la regla fundamental.

En la singular escucha analítica, se despliega el orden de la palabra en su dimensión significante. Será el contexto metonímico de significantes que determinan al sujeto el que se articule en la sesión. El analista no dirige la palabra del analizante hacia el Soberano Bien. Se guarda de ser ese filósofo educador de la caverna platónica. No está allí para educar su alma.

La mirada de la ortopedia educativa, de la reeducación de las conductas compulsivas es solidaria de entender a la toxicomanía como enfermedad. Surge así una especie de axiología curativa, una moral de las conductas. A decir verdad, no hace más que sostener y perpetuar la adicción poniendo a las recaídas en el marco de una falta moral.

El primer paso es poner en entredicho toda la "ideología toxicómana" que sostiene al sujeto en el síntoma, es decir, en el hábito del consumo y el abuso. A partir de instalar el planteamiento de que lo que lleva al tóxico es una subyacencia de malestar, es fundamental establecer la abstinencia que, nunca será un fin en sí mismo, pero sí la condición necesaria para la "conciencia de enfermedad". Conciencia de enfermedad quiere decir que yo me asumo artífice de mi destino y de mis desgracias, que yo soy productor de mi malestar, porque solo así puedo operar en algo que puedo cambiar, que depende de mí. Si me entiendo como productor de mi malestar, la droga como objeto no es más que un medio para silenciar el malestar, para cancelar el dolor psíquico.

En definitiva, se trata de sepultar la queja y los victimismos, dejar el "ser adicto" como reconocimiento social para la construcción de otras modalidades de reconocimiento. Otra forma de reconocimiento es posible, no es posible renunciar al reconocimiento porque la relación especular con el otro, la relación imaginaria per se, es estructural en el parletre, en el hablante-ser.

El constante cuestionamiento del analista al analizante permite operar un cambio de posición subjetiva: ya no es ese sujeto en posición pasiva, objetalizado, sino que es productor de su malestar y como tal está implicado en su padecimiento. Esta dialéctica es la que permite rescatar al sujeto de su posición de objeto de goce del Otro y encontrarse con la cuestión desiderativa siempre postergada porque, en definitiva, el adicto sostiene que hay un goce posible, coartada que lo pone al resguardo del Deseo que como tal, remite siempre a la falta. Tal es la economía psíquica del adicto.

Como la droga no es la etiología del padecimiento, sino que el padecimiento es la etiología de la compulsión en el consumo, siempre hay que indagar sobre dicho padecimiento. Supuestas, así las cosas, elaborado el orden del padecimiento, por añadidura, caerá el consumo, al menos en términos problemático-compulsivos, no estamos hablando del consumo con fines "recreacionales". Por eso solicitamos como regla, que el paciente se ponga en abstinencia, para que aflore el malestar y poder operar sobre él. La angustia emergerá, no hay cómo ahorrársela.

La nicotina, el alcohol y la marihuana genera receptores que, al suprimirse el tóxico genera un cuadro posible de malestar. No obstante esto, este desencadenamiento físico no invalida la implicación y la responsabilidad subjetiva del padecimiento. Incluso allí el sujeto es productor de su malestar porque no hay sustancia que genere "el mismo" efecto. El efecto siempre estará determinado por la historia singular del paciente (por el contexto metonímico de significantes que lo determinan, en otras palabras). En todo caso, el psiquiatra evaluará o no el acompañamiento de medicación psicofarmacológica. En general, con "el tratamiento por la palabra" es suficiente porque no hay que olvidar que la medicación farmacológica no deja de ser una droga legal que, como tal, cumple la misma función que la considerada ilegal, en tanto y en cuanto morigera el desborde de la angustia. Y además, nos enreda en contradicciones, algunos pacientes incluso dicen y se dan cuenta de que la medicación psiquiátrica no deja de ser una droga, legal, pero droga al fin.

Por lo antedicho, el consumo debe ser planteado como un acto de decisión del sujeto, no como el retoño que brota de la necesidad generada por la abstinencia. Porque solo como acto de decisión personal es que puedo privármelo. Si no es un acto de voluntad, me borro como sujeto, me sigo sosteniendo en la posición de objeto de goce del Otro: tapo la falta fundamental de la castración del Otro al precio de ubicarme como objeto de su capricho y antojo.

JIM

¿Querés seguir leyendo?

¡Muy fácil! Accedé gratis a todos los contenidos de nuestra plataforma con artículos escritos por profesionales de la psicología.

Al continuar con Google, aceptás nuestras Condiciones de uso y Política de Protección de Datos


PUBLICIDAD

Escrito por

Lic. Juan Ignacio Molinari

Ver perfil
Dejá tu comentario

PUBLICIDAD

últimas notas sobre actualidad

PUBLICIDAD